Unicornios
Muchos años atrás, cuando el mundo era aun muy joven, salvajes y maravillosas criaturas corrían libres por todas partes.
El más hermoso de todos ellos era el Unicornio.
Constantemente perseguido por los poderes mágicos de su cuerno, el Unicornio no era fácil de capturar.
No sólo era suave y gentil, sino también extremadamente rápido, seguro y agraciado, lo que frustraba hasta los más expertos cazadores.
Pero lo que aseguraba la captura segura del Unicornio, era la ayuda de una joven e inocente moza.
Pues a la criatura le atraía su pureza, se acercaba confiado y descansaba su cabeza en las piernas de la joven. Era así como la indefensa y despreocupada criatura era capturada. Y de esta manera, después desaparecieron todos los Unicornios.
¡Oh, el mundo ahora lamenta la pérdida de este ser tan mágico!
Y ahora que es demasiado tarde, aun extrañamos su belleza.
Su verdadero origen yace en la hondura del Tiempo, en ese Principio sin principio cuando todo era desierto y vacío, oscuridad y niebla. Entonces decidió el Santo Único apartar la oscuridad de la luz. Así se estableció concordia y equilibrio, con la tiniebla expulsada al límite exterior y la Morada de la Luz en el mismo centro de todo.
Pero lo Oscuro, apenas situado y librado a sí mismo, adquirió peso más allá de toda ponderación, se introdujo en las cosas y las empezó a arrastrar hacia sí conforme a sus inclinaciones.
El equilibrio empezó a temblar, por lo tanto, y de ese temblor emergió una resonancia, un sonido atemorizador que circuló por el vasto vacio como canto poderoso. El Santo Único modulaba ese sonido para convertirlo en un acorde de gran dulzura, y le infundía inteligencia para que pudiera convertirse en espíritu de armonía y en conductor de todos los rincones del vacío. Éste, el poderoso espíritu llamado Galgallim, giró y giró a través de innumerables edades, siempre en espiral en torno a la luz central. Y aunque algunas cosas continuaban cayendo en lo oscuro, Galgallim guiaba a otras por un sendero menos definido a las riberas de la luz. De este modo el equilibrio seguía manteniéndose.
Entonces el Santo Único quiso contar con un panel donde desplegar su gran arte; ente la ribera de la Luz y las murallas de lo oscuro dejó colgar a la Tierra en equilibrio. Encendió sus montañas desnudas y en ellas esparció brillantes gemas que aún reflejan esas llamas.
Entonces, el Santo Único habló al espíritu conductor, a Galgallim, diciendo: “Te he hecho a partir de los ocultos golfos, libre y con forma ilimitada. ¿Aceptarás una forma en la Tierra y así prestar un servicio aún mayor?”
Y mientras la pregunta aún se formulaba, así era acordado.
Llegó envuelto en una nube, impulsado por un blanco torbellino. Descendió con suavidad desde los cielos a los campos infantiles de la Tierra, aún antes que sus fuegos iniciales se hubieran extinguido. Posee entonces el Unicornio el brillo de la Luz, y puede apartar de sí toda oscuridad, toda tiniebla. Se lo llamó Asallam, el primer Unicornio de los nacidos, criatura de conformación temible y para contemplar hermosa, dotado de un cuerno de luz en espiral, señal de Galgallim, el guía.